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“Elvis”: un espectáculo gigante de contagiosa energía musical

Tomando la estructura de una “biopic” tradicional y remezclándola con una energía que el género rara vez demuestra, la película de Baz Luhrmann sobre el Rey del Rock and Roll es una de las mejores propuestas que han llegado a nuestras salas de cine en lo que va del año.

Los primeros veintitantos minutos de la electrizante “biopic” de Elvis Presley del cineasta australiano Baz Luhrmann no se desenvuelven en la pantalla, sino que chocan con el espectador como una ola de energía audiovisual.

Un anciano Tom Hanks con un caricaturesco acento neerlandés, interpretando al legendario manager de Elvis, el coronel Tom Parker, narra desde un casino metafísico su descubrimiento de Elvis (interpretado por Austin Butler) como si fuera la historia de origen de un superhéroe, en una secuencia que corta del pasado al presente de forma constante, del primer concierto en que Parker ve a Elvis al momento en su infancia en que descubre el rythym & blues y la música gospel que marcarían su sonido, un momento que Luhrmann presenta más o menos como una posesión sobrenatural.

Es una secuencia que interconecta el pasado y el “presente” de la película con infecciosa energía, desde la catársis artística del nacimiento musical de Elvis Presley hasta su primer contacto con el público en una feria en la que sus nervios iniciales se desvanecen y se convierte en un Superman cuyo carisma y movimientos pélvicos derriten mentes; todo presentado con alguna de la edición cinematográfica más audaz en una superproducción hollywoodense desde la visualmente revolucionaria Meteoro de las hermanas Wachowski.

Esa primera parte de Elvis se siente como aferrarse a un tren en movimiento que pasa a máxima velocidad, de la calma previa de los logos del estudio y las productoras directamente al frenesí fílmico y musical.

Una película biográfica diferente

Y aunque Luhrmann entiende que no puede sostener esa energía frenética durante más de dos horas y media de película, vuelve a desatarla en momentos clave del filme, puntos de exclamación como el momento en que Elvis desafía una prohibición de realizar sus sugestivos bailes en un concierto en un estadio, un triunfante especial televisivo en los ‘60 o el ensayo y la presentación del primero de sus apoteósicos shows en la que sería su residencia permanente en Las Vegas.

El resultado es que Elvis es una de las pocas películas biográficas de artistas que realmente se sienten como que hacen justicia a la esencia del artista, a la envergadura de su impacto cultural, en vez de ser un simple resumen de Wikipedia de su vida y carrera.

Y es que particularmente en las últimas décadas el género de las “biopics” musicales estaba algo estancado en una estructura muy definida que buscaba emular el éxito y los Óscars que consiguieron películas como Ray o Walk the Line en la década del 2000. Solo ese tipo muy particular de estancamiento puede producir parodias tan cortantes como la excelente Walk Hard de Jake Kasdan.

Eso no quiere decir que no haya habido películas buenas de ese tipo recientemente, como Love and Mercy o Straight Outta Compton, pero por lo general el subgénero adquirió una reputación no del todo inmerecida como un vehículo para la cínica cacería de estatuillas.

Y en su guion Elvis parece no diferir mucho de una “biopic” tradicional. La diferencia llega cuando ese guion se filtra por la muy atípica energía de Baz Luhrmann, que canaliza los impulsos más caóticos de ritmo y edición con los que cautivó al público en Romeo + Julieta o Moulin Rouge a algo un poco más controlado y dirigido, pero manteniendo el tipo de energía musical y estética teatral que lo caracteriza; algo que le faltaba a su película más reciente, la decente pero poco memorable adaptación de El gran Gatsby, donde Luhrmann parecía demasiado esterilizado.

La película hace un gran trabajo en empapar al público en el contexto histórico, social y cultural que dio a luz al fenómeno de Elvis Presley, haciendo especial énfasis en la influencia masiva que tuvo la música afroamericana en su carrera; con el mismo anacronismo musical que desplegaba en Moulin Rouge haciendo que los parisinos de 1900 cantaran temas de Nirvana o KISS, Luhrmann subraya momentos clave con hip hop – incluyendo un muy buen tema de la enemiga número uno del Twitter paraguayo, Doja Cat –, un género musical tan heredero de los clásicos del R&B como el propio Elvis.

Pero el truco más impresionante que logra la película es mitologizar y humanizar a Elvis al mismo tiempo, compactar y resumir años de carrera con enorme efectividad para crear una imagen del artista que se siente completa a pesar de que la película se da el lujo de saltarse un montón de años, al punto que por momentos recuerda a otra “biopic” del tipo más atípico, la Steve Jobs de Danny Boyle, en la forma en que condensa años de vida y trabajo en momentos individuales de triunfo o derrota.

El trabajo de Austin Butler es magnífico, fundiéndose con facilidad en los manerismos y el carisma magnético del Rey del Rock and Roll, de una forma que se siente natural y no como una imitación, pero al mismo tiempo coexistiendo cómodamente con la realidad teatral en la que Luhrmann planta la película. Tom Hanks brilla como el coronel Parker en una actuación que esconde bajo kilos de maquillaje y un exagerado acento, un aura de sutil y amenazante manipulación.

Elvis es un asombroso despliegue de estilo, emoción, corazón y espectáculo. Una película acorde al artista que retrata.

Calificación: 5/5

Fuente. Abc Color

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